lunes, 1 de abril de 2013

Intentaba moverme pero mis reacciones eran más lentas que las ganas. De a poco se paralizaban los músculos, llenos de imágenes vomitivas. La piel se me calentaba y sudaba. Mi respiración no me dejaba tranquilo.

martes, 13 de noviembre de 2012

Afuera

Dormir no estaba permitido. Ni aunque le ardieran los ojos y la lluvia se le pegara a la ropa. Así es como su cuerpo registraba las horas en medio del agua. Cada gota enfriaba su cabeza y después los contornos de los hombros. Quería que la lluvia viniera hacia él; deseaba que la lluvia lo empapara y lo mantuviera despierto. Porque cerrar los ojos, aunque fuera un segundo, significaba la derrota absoluta ante ese universo negro que, temía, vendría a llevárselo pronto, lejos de la seguridad del hogar.

Esa isla que alguna vez fue su guarida, era saqueada violentamente por el barro, sobre el cual apoyaba la espalda. Viento y barro eran los ingredientes que faltaban. Sólo quedaba yacer en él y dejar que el sol hiciera lo suyo. Despertar y esperar que el barro lo inmovilizara, evitando así las agitaciones de su cerebro si este llegase a comprender que pudo haber hecho algo más, cuando aquello fuera ya imposible.

Que la lluvia descendiera de los cielos de una vez y le cerrara los ojos.

lunes, 20 de febrero de 2012

Siete de la mañana

El pasado. Dejaba sus ojos abiertos a las preguntas.
Se imaginaba explicaciones al acariciar los vellos del pecho. Una a una se replicaban y maduraban, asediando hasta los pensamientos más mecánicos.

El pasado era una corroboración de que las respuestas aparecían cuando nadie las necesitaba.

Su sexo aún se encendía al rozar la incertidumbre.

domingo, 19 de febrero de 2012

Fraternidad

Despertó un poco más tarde de lo habitual; eran las once de la mañana y aún quedaba algo de tristeza por la noche anterior. Nueve horas, pensó, y ocurrían las mismas cosas, como si despertar no cambiara el escenario o los actores. No, las personas de siempre, produciendo exactamente la misma pena, cada día, de manera distinta pero como si atacaran por primera vez.

Hubiera seguido durmiendo. Quizá es en los sueños donde la gente se reencuentra y necesita.

Habría querido ser ese sueño, algo sencillo, hoy, un rato, un momento.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Foco

Era casi de madrugada y su cuerpo reposaba entre medio de las sábanas. Se contentaba con escuchar discos viejos de algunas interpretaciones para piano. Sus ojos miraban fijamente el techo...

Quería decirle que había encontrado cosas felices allá afuera por estos días...

domingo, 13 de noviembre de 2011

Falacia

¿De qué servía habitar el faro si los barcos no sabían de tu existencia, si tú no los conocías en lo más mínimo? No te diste cuenta de que los barcos no habían pensado siquiera navegar cerca de tus aguas.

Sólo te queda nadar mar adentro y sumergirte en la oscuridad del mundo, con sus contradicciones, con sus faros destruidos por hombres como tú, igualmente desdichados, pero aún con una ligera esperanza, como algo que recobra lentamente la vida y te recuerda que por algo siguen existiendo barcos, que por algo anhelas nadar a pesar de que puedes morir congelado si lo haces.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Progreso

Quería caminar a la velocidad de los niños, cuando no van de la mano y dan pasos torpes o no van en línea recta; cuando no saben que hacia adelante está lo desconocido, cosas invisibles, de las cuales no es necesario preocuparse...

El frío le recordaba aún esa vida borrosa, bloqueada por el cansancio. Pero era tarde; alguien había decidido tomarlo de la mano y conducirlo en la dirección de la racionalidad, esa que no acepta bifurcaciones o arrebatos de asombro.

Había que estar contento. Había ganado.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Domingo

Cerrar los ojos era lo más sensato. Imaginaba que las personas eran como esas chispas que se mueven constantemente, que aparecen de la nada y se disuelven abriendo los ojos. Los abría y meditaba sobre el placer de estar acostado y dejar que las horas pasaran. Sus movimientos no obedecían ninguna velocidad específica, así como la habitación y los objetos que la conformaban. La ropa podría haber estado tirada meses; los papeles, la basura, él...

Quería descansar para no sentirse más agobiado de la gente. Pero aquella tarde los demás dejaron de preocuparle, o al menos dejó de presionarse por las preocupaciones que ellos mismos se causaban; algo que él mismo se reprocharía todas las noches en medio de su refugio.

Esa tarde habría preferido dormir todo el día, pero las preocupaciones jamás lo habrían abandonado tal como él esperaba, aunque por dentro no fuera eso el problema.

lunes, 3 de octubre de 2011

Absurdo

Las sensaciones podían alargarse más de la cuenta y convertirse en alucinaciones mientras navegaba mar adentro. Cuando los ojos se nublaban por centrarse en el interior, cuando el espacio se hacía borroso, podía percibirse sutilmente en su mirada esa tensión muscular asociada a la tristeza, cuyos pliegues resplandecían por el sol, delimitando sombras de piel muerta o ajena, tan ajena como su cuerpo. Lo que parecía ser un día feliz era desdicha, silencio, de ese torturador, que intenta gritar desesperadamente que la realidad no era como habíamos soñado. Es que había demasiada luz, demasiada vida sin cabida, que sobraba, que debía ser exterminada...

De nuevo el amor, y otro escenario idealmente feliz. ¿Cuántas imágenes más había en su cabeza y que no le pertenecían? Recuerdos de una victoria en los sentidos, en todos los lugares, frente a cualquier mal. ¿Qué era, pues, sino una quimera mental, creada en lo más profundo de sus deseos?
Lo falso era lo que nos rodeaba, lo único verdadero que teníamos, más verdadero que las ideas, más humano que los hombres. No podía dejar de pensar en el mundo, en ese globo de colores con engendros de agua, devorando la tierra. Y no sabía qué hacer: si seguir la ruta infinita del océano hasta llegar a alguna parte, si regresar a tierra y tocarla, palparla nuevamente, cálida, eterna...

Pero sin embargo esas alucinaciones, esas putas alucinaciones... Esas terribles alucinaciones...

lunes, 5 de septiembre de 2011

Autótrofo

Una historia común, como le gustaba llamar lo que era hasta ahora su cuerpo. Una historia compuesta de océano y encuentros fortuitos entre él y los navegantes desinteresados que escribían una línea más de la trama, accidentalmente. Se encontraba solo y con mucho sueño, con asco de su cuerpo mutilado suavemente durante las noches, cosa de sentir el mínimo dolor posible. Le gustaba introducir en su boca sus fluidos como si fuera el único alimento vital para poder existir. Le producía placer combinar la sangre con el semen anónimo que su pene liberaba al exterior, como si trascender para él consistiera en cumplir alguna orden suprema de los fluidos, evocada de sus entrañas. Era de noche (siempre era de noche) cuando caminó hacia la playa y continuó el infinito ciclo de la mierda, venciendo las contradicciones del mundo: comiéndose a sí mismo, bebiendo su sangre y su semen con la boca llena de desechos; negándose a toda posibilidad de reproducción, de alianza con los demás hombres. Tragándose en la oscuridad la mierda que representaba su historia, tan imperfecta como la de cualquier otro ser que se da cuenta, en último momento, que sus objetivos no existen o son inútiles; tan humano como un cuerpo frío que camina por la playa y grita silenciosamente hacia algo o alguien que no sabe qué es, con la esperanza de seguir hallando excusas que lo aten de este lado del universo.

Las horas transcurrieron deprisa y los sabores en su boca comenzaron a perderse. Sabía que debajo de sus reacciones caóticas existía un orden que, aunque débil, regía aún sus planes dentro del faro. Su memoria había completado la vuelta; había regresado de nuevo en el tiempo, algunos días en el pasado. Sus pies reposaban sobre la alfombra, sus manos y brazos recuperaban el color rojo en medio del llanto.

Había llegado la hora de seguir alimentándose, antes de que arribara la tripulación y notase algo extraño.

Su historia debía mantenerse eterna.


Sonrió: había terminado la primera revolución de su vida.