martes, 26 de octubre de 2010

Frío

Si fuera por mí, si no fuera por la locura que me corroe, mis pensamientos tendrían ojos y bocas y se agotarían de clamar por un pedazo de silencio, anhelando volver a ser intangibles. En ese viaje entre mi interior y el cielo se trazan historias volátiles, de esas que se olvidan al despertar y se recuerdan con otros rostros, otros paisajes. Si mis pensamientos hablaran, si mis cuerpos convergieran de cada relato en uno único, uno trascendente, por encima del deseo, de la fantasía, la necesidad de tener hambre y soledad, de la necesidad de necesitar; si por alguna razón lógica llegara al absurdo, entonces no podría escucharlos, porque no aparecen y no gritan mi nombre, porque no deseo escucharlos, porque infinitas sin razones que nacen a una velocidad mayor que los mismos pensamientos.

En estos días en que, por alguna extraña mecánica de la naturaleza, el polvo se reúne en espirales y levita frente a mis ojos, medito largamente sobre lo incuantificable; y mi reacción natural a nombrarlo, asignarle una utilidad a mi desdicha, logra distraerme entre los pasos que doy. Su voz y su imagen vuelven a la vida, como una introducción evidente de algo horrible e inevitable. Cierro los ojos y sonrío imaginando su cuerpo con absoluto detalle, pues sé que es la única manera de seguir sobreviviendo, anticipándome a cualquier asomo de rutina o normalidad.

Si mis pensamientos cobraran vida, si él...

jueves, 7 de octubre de 2010

Neguentropía

Recargar el cuerpo. Estar vivo implicaba una carga enorme. Pero la muerte no lo inspiraba a hablar o escribir. Enmendar a la muerte con hombres transables, amar el sexo y crear en la variación de la furia.
El transcurso de la historia se comprimía mientras los años se hacían idénticos. Vivir aceleradamente las mismas cosas. Así envejecía y los demás no morían con él. Porque, qué era el placer sino una búsqueda de algo pequeño, suspendido en alguna contracción del tiempo. Entrar en él suponía retardar la putrefacción. Quizá por eso vivía por y para el instinto, porque así sería un hombre inmortal. Pero amaba y moría; se consumía por amor al resto. Allí estaba la trampa: vivir no era más que devorar la vida de los que se amaba y, como odiamos la soledad, preferíamos la muerte...

"Para qué seguir hablando -pensó-. Con qué fin..."

Desentenderse. Sus manos acariciaban una barba húmeda y negra. El agua se condensaba en las paredes mientras su vellos se erizaban, siguiendo instrucciones inapelables de su cerebro.

Sí, desentenderse y saciarse, corromper las obligaciones, el deber...

La sangre comenzó a converger en su sexo. Hoy sería la última vez que su cuerpo se desnudaría frente al océano.

Desentenderse... y nutrir a la tierra con sus entrañas.

martes, 5 de octubre de 2010

Hipóstasis

Luego de haber hecho el amor con las sombras, esparció el líquido vital en sus manos y lamió hasta el último de los espermios, no sin antes llegar a la conclusión, abstracta o como fuese, de que tarde o temprano, en una noche cualquiera, volvería a aniquilar a su propia especie.

Extendió los brazos y el mundo se paralizó en un segundo, haciéndole ver los innumerables rayos que la luz del faro provocaba en la lluvia.

Cerró los ojos y comenzó a soñar, hasta que la lluvia se detuvo y el sol se dispuso a aparecer. Cada uno de sus pequeños hijos nacían de su piel y se multiplicaban, empujados por los movimientos de su cintura. Soñó que detrás de él la vida se expandía a una velocidad infinita, pero manteniendo el mismo cuerpo. En ese momento, millones de nuevos hijos se gestarían al interior de sus entrañas.

Restaban pocas horas para que una nueva antropofagia comenzase.

El sol lo despertó de golpe en la tristeza, dejándolo con un sabor amargo en la boca y, su cuerpo, más solo que nunca.