domingo, 6 de noviembre de 2011

Domingo

Cerrar los ojos era lo más sensato. Imaginaba que las personas eran como esas chispas que se mueven constantemente, que aparecen de la nada y se disuelven abriendo los ojos. Los abría y meditaba sobre el placer de estar acostado y dejar que las horas pasaran. Sus movimientos no obedecían ninguna velocidad específica, así como la habitación y los objetos que la conformaban. La ropa podría haber estado tirada meses; los papeles, la basura, él...

Quería descansar para no sentirse más agobiado de la gente. Pero aquella tarde los demás dejaron de preocuparle, o al menos dejó de presionarse por las preocupaciones que ellos mismos se causaban; algo que él mismo se reprocharía todas las noches en medio de su refugio.

Esa tarde habría preferido dormir todo el día, pero las preocupaciones jamás lo habrían abandonado tal como él esperaba, aunque por dentro no fuera eso el problema.

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