viernes, 26 de marzo de 2010

Ritmo

Sí, era yo quien vagaba mientras mi consciencia me suplicaba para que abriera los ojos al llamado del faro. En mi escritorio había relojes y papeles en blanco que intentaron conectar este mundo con el de mi viaje, sin resultados. Los relojes marcaban una hora estática, pero los había olvidado con irascible indiferencia. No hoy, hace días, cuando aún no se forjaban espejos, cuando sólo existía mediante mis palabras eso que otros llaman compañía, un hombre, alguien al otro lado del espejo, me despedí y me di un abrazo, simbólicamente, como si no fuera a verme jamás, como si al dormir me perdiera para siempre en un laberinto; esta vez sin faros, sin luces que invadieran mi cuerpo, sin voces en las que despertar moribundo. Pero fue inútil; abrí los ojos, tomé una hoja de papel, la traslucí a la omnipotencia de la luz, y escribí, volviendo los relojes a su curso natural, continuando con la lenta destrucción de mi cuerpo y de mi espíritu.