domingo, 17 de julio de 2011

Vacaciones

Parecía una fantasía ambigua, como la que tienen los niños acerca del viejo del saco o aquellos seres portentosos que traían la felicidad mientras durmiéramos y no los viéramos nunca. Pensaba en lo inevitable, en cuán difícil resultaba mostrarse tal cual era, tal cual como en el espejo del baño, con su pipa de marihuana en la mano y la otra mano tocando sus genitales. Sus pies sangraban; había caminado demasiado, pero la sangre que brotaba de sus dedos no le hacía gracia, no le importaba. Había tanto por hacer, por él, para los demás, fuera de lo que leyese y se prometiera, fuera de las obligaciones autoimpuestas. Quería caminar por la playa, sentir que el viento le limpiaba la mierda, creer que un viento frío podía liberarlo de la crueldad y estupidez del mundo, de todos los problemas que aquejan a las personas. Y sí, la droga surtió efecto; le hizo creer todo lo que era posible; lo limpió con la ayuda del sol y el viento, como un padre y una madre cuidándolo, queriéndolo, a él, tan desnudo como si hubiese nacido de las olas. Y se preguntó cosas y pensó qué era su sueño comparado con el sueño de los demás, en cómo su sueño atravesaba el cielo gris mientras hacía el amor con el sol y las rocas lo penetraban como estacas calientes en las tripas.

Luego de la puesta de sol regresó a su habitación y durmió hasta que el hambre lo despertó con la boca seca y la cabeza aturdida. Caminó hacia el espejo, prendió la pipa nuevamente y siguió fumando. Quiso llorar pero prefirió silbar, hasta que cayó de cansancio al suelo.

Durmió imaginando que al día siguiente hallaría todas las respuestas debajo de la almohada.