lunes, 3 de octubre de 2011

Absurdo

Las sensaciones podían alargarse más de la cuenta y convertirse en alucinaciones mientras navegaba mar adentro. Cuando los ojos se nublaban por centrarse en el interior, cuando el espacio se hacía borroso, podía percibirse sutilmente en su mirada esa tensión muscular asociada a la tristeza, cuyos pliegues resplandecían por el sol, delimitando sombras de piel muerta o ajena, tan ajena como su cuerpo. Lo que parecía ser un día feliz era desdicha, silencio, de ese torturador, que intenta gritar desesperadamente que la realidad no era como habíamos soñado. Es que había demasiada luz, demasiada vida sin cabida, que sobraba, que debía ser exterminada...

De nuevo el amor, y otro escenario idealmente feliz. ¿Cuántas imágenes más había en su cabeza y que no le pertenecían? Recuerdos de una victoria en los sentidos, en todos los lugares, frente a cualquier mal. ¿Qué era, pues, sino una quimera mental, creada en lo más profundo de sus deseos?
Lo falso era lo que nos rodeaba, lo único verdadero que teníamos, más verdadero que las ideas, más humano que los hombres. No podía dejar de pensar en el mundo, en ese globo de colores con engendros de agua, devorando la tierra. Y no sabía qué hacer: si seguir la ruta infinita del océano hasta llegar a alguna parte, si regresar a tierra y tocarla, palparla nuevamente, cálida, eterna...

Pero sin embargo esas alucinaciones, esas putas alucinaciones... Esas terribles alucinaciones...