domingo, 18 de julio de 2010

Domingo

Cuando trato de escribir en mi diario sobre los pensamientos que suelen venirme acerca de lo cotidiano, lo cambio por alguna frase taxativa y universal, que encierre todas las variaciones de mi pensamiento. No sé adónde me lleve este método, si a la palabra esencial, la primera, "dios" (no quería nombrarlo), "luz", o si me hundirá en el mutismo. Pero me suena tan frío, tan a poco humano; porque abrir una puerta y recibir a alguien con las manos limpias es algo que podemos palpar a menudo; sin embargo, cuando escribo que a aquella persona la pierdo velozmente de mi dominio, cuando esbozo que aún lo amo o lo odio o rasgo mis vestiduras gritando en contra del absoluto, ese que delira no soy yo. Mi día consiste en equilibrar el foco, limpiar las concavidades que Fresnel esbozó para ahorrarnos cristal y reportar a mis superiores los vaivenes de los barcos. Y siento que mi vida no es más ni menos que esto, que a pesar de las miles de historias y meditaciones que podría experimentar, al momento de aterrizarlas soy un simple cuerpo al interior de una edificación que pasará al olvido cuando la tecnología así lo requiera. Entonces, probablemente no me gusta la idea humana del vivir a diario y me refugio metafísicamente en la luz y la soledad y todas esas palabras que no existen.
Luego de haberme auto-respondido y afirmado y validado, me pregunto si era esto lo que esperaba realizar, independiente de los diarios o la cabeza; amor hacia mis actos, filiación con mi existencia. Y no lo sé y no lo escribo. Supongo que tengo miedo de llegar a morirme algún día habiéndolo conocido...

Estoy cansado.

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