martes, 22 de marzo de 2011

Él

La noche nuevamente se traslucía como una historia de diminutos destellos pretéritos; una escena quizá muerta, quizá viva aún en pequeñas estrellas amarillas y ancianas, las cuales evocaban en nuestro guardafaro una sensación apacible, propia de aquellas horas lentas, donde su propia existencia era puesta en duda ante la quietud del océano. Bastaba cualquier sonido para devolverlo a la tierra, para que sus ojos se concentrasen en otras estrellas, otros mundos tan soñados, tan débiles como el suyo. Una noche que delataba los pasos dados a través de la arena y los recuerdos que lo acompañaban en su trayecto hacia el faro. Recuerdos que se transfiguraban conforme a los años, con diferentes rostros y nombres. Pensó en él, nuevamente, ese ser misterioso que creyó haberse encontrado en algún viaje, que creyó haber hecho suyo; hombre cuyo olor todavía penetraba su consciencia. Su cuerpo respirando e intercambiando fluidos con los de aquella sombra amorfa, sin nombre alguno, sin espíritu en el que atribuir tal creación, la única que lo hacía completamente dichoso.

El frío lo despertó de golpe de entre sus alucinaciones. Su cuerpo se encontró reposando suavemente a los pies del faro. La noche había arrastrado la mayoría de las estrellas hacia el poniente. En su cabeza rondaron pensamientos tristes y coléricos, difuminados por la extensión del cielo y de las olas.

No, jamás sería demasiado tarde.

En sus adentros, sabía que llegaría a encontrarlo algún día.

sábado, 12 de marzo de 2011

Paréntesis

Sabía que no podrían observarlo, que los próximos barcos tardarían por lo menos toda la tarde en arribar a la costa. Sus ojos vidriosos mimetizaron el celeste del iris con el cielo cubierto de gaviotas, volando dispersamente entre la bruma. Los movimientos de la noche anterior se repetían como por inercia en su piel, aplastándose y contrayéndose, dejando fluir la sangre caliente hacia su sexo. "Amanece", pensó, al mismo tiempo que el viento se dejaba sentir libremente desde la ventana. Creyó que amanecía y su cuerpo expelía el olor a semen y saliva secos, cristalizados en los labios y el abdomen, como partes de una marioneta cansada. El agua borraría el asco; sólo la comunión de su cuerpo con el mar podría salvarlo del hastío. Se desnudó lentamente mirando cómo el agua se aclaraba por efecto de la luz proveniendo del oriente. Sólo él y las olas, su hermoso cuerpo que respiraba libertad, su sexo aún recibiendo la satisfacción que le habían causado, sin restricciones, sin mayores explicaciones que sus manos generosas desafiando la soledad.