martes, 17 de marzo de 2009

Infancia

Durante unos segundos me miraba y luego caminaba alrededor del faro, pero más despacio que de costumbre. Caminaba como un pequeño niño que recién da sus primero pasos: un paso, titubeo, otro paso, cansancio, otro paso, exaltación... Había una especie de intimidad entre el pasto y sus pies; cada roce era un orgasmo eterno entre el fin de una pisada y el comienzo de otra. Cerraba los ojos en su característico disfrute de cosas pequeñas y, cuando los abría, podía intuir a otro niño, caminando igual que él, pero ajeno a todo defecto que lo aislara del círculo. Levantaba levemente los brazos y simulaba tomarlo de las manos, llevándolo unos pasos más adelante, casi como una ronda, pero sin cantos, danzando lentamente en la soledad de la noche.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

el faro, un lugar,
un lugar de la mente, estrecho sombrio y luminoso al final, parece cliché, la luz al final del tunel. habitar el faro, de la estrechez que lo hace alto a dominar el horizonte desde lo alto, un cambio brusco y radical, subir para contemplar, subir para iluminar, guiar, ser icono, el faro es la luz del faro? o vivir el faro?

Fenrir dijo...

Un faro... me suena a un pilar de luz, algo puesto ahí para salvar la vida de los marinos, que no fueran destrozados al final de su viaje por las rocas, una protección, un aviso, una señal de claridad. Un ojo que ilumina todo lo que mira alzándose sobre una columna vertebral de roca.

Todos necesitamos un faro.