jueves, 7 de octubre de 2010

Neguentropía

Recargar el cuerpo. Estar vivo implicaba una carga enorme. Pero la muerte no lo inspiraba a hablar o escribir. Enmendar a la muerte con hombres transables, amar el sexo y crear en la variación de la furia.
El transcurso de la historia se comprimía mientras los años se hacían idénticos. Vivir aceleradamente las mismas cosas. Así envejecía y los demás no morían con él. Porque, qué era el placer sino una búsqueda de algo pequeño, suspendido en alguna contracción del tiempo. Entrar en él suponía retardar la putrefacción. Quizá por eso vivía por y para el instinto, porque así sería un hombre inmortal. Pero amaba y moría; se consumía por amor al resto. Allí estaba la trampa: vivir no era más que devorar la vida de los que se amaba y, como odiamos la soledad, preferíamos la muerte...

"Para qué seguir hablando -pensó-. Con qué fin..."

Desentenderse. Sus manos acariciaban una barba húmeda y negra. El agua se condensaba en las paredes mientras su vellos se erizaban, siguiendo instrucciones inapelables de su cerebro.

Sí, desentenderse y saciarse, corromper las obligaciones, el deber...

La sangre comenzó a converger en su sexo. Hoy sería la última vez que su cuerpo se desnudaría frente al océano.

Desentenderse... y nutrir a la tierra con sus entrañas.

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