viernes, 10 de julio de 2009

Círculo

Fue entonces que decidí callar en desmedro de mi propia inteligencia. Decidí apagar mi consciencia y bloquearla frente a cualquier estímulo, creyendo que así soportaría más el transcurso del tiempo. La luz del faro daba vueltas a escondidas, escapándose de las palabras, mientras mi pensamiento dibujaba bocetos de un mundo enfermo guiado por mis manos. Llegué a tener la razón de todas las cosas, de todas las ideas; los hombres escuchaban mis consejos y se arrodillaban cuando los miraba a los ojos; mi voz curaba a los exhaustos y orientaba a los que no seguían el orden de mis principios. Mi luz y yo recorríamos con la mirada la vasta oscuridad cíclica que rehusaba abandonarnos, pues de aquel caos mis palabras confluían y perduraban. Mis bocetos fueron amoldándose a mis valores; en ellos todo era perfecto; no era necesaria la existencia de ningún faro porque una luz superior a la mía, retroalimentada por la humanidad, iluminaba toda la existencia.
Finalmente sentí que una mano tocaba mi frente y la acariciaba. Comprendí que todo lo que había planeado y creado pertenecía a un leve trazo del boceto de un ser superior a mí, y que mis manos eran dirigidas como las de una marioneta. Desde ese momento mi vida se redujo a un sueño inexpugnable, donde la mente sería eternamente la esclava de un poder desconocido y supremo.
Fue entonces que abrí los ojos, contemplé la luz del faro y decidí, llorando secamente, apagar mi consciencia y callar para siempre todas las palabras.

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