miércoles, 30 de junio de 2010

Febrero

Me pregunto en qué momento habré pasado debajo de tu pieza, de tu escritorio, de tu cuerpo, tus ojos, tu boca sonriéndole a los niños, y ellos preguntándote por qué se mueve tanto la tierra. Es que no saben que debajo de ella cruzan la ciudad miles de pequeños hombrecitos esperando ansiosos regresar a sus casas, y entre ellos yo, que todas las tardes mira hacia el techo, en dirección a tu ventana, con la intención de que sepas que nunca te he olvidado, y que extraña verte sonreír más, aquí, junto a nosotros, como si nunca te hubieses marchado.

(Cuento enviado a Santiago en cien palabras, año 2010.)

domingo, 27 de junio de 2010

Reminiscencias

Pronto nos iremos, allá donde la luz no nos alcance, donde las miradas dejen de esclavizarnos. Volveremos a través de los años que demacraron nuestros instintos. Y entonces las palabras volverán a la vida, y los recuerdos serán otra vez tangibles, y el llanto y la rabia y la esperanza, y los sueños en donde la luz del faro muere en obsolescencia. Solo, siempre solo, regurgitando personas y lugares hermosos que sobrevivirán de alguna manera a este sucio y triste pedazo de mundo.

¿Qué haré conmigo?

Existir y no volver a verme; cubrir mi cuerpo a la oscuridad de las noches. Pero los días seguirán doliendo en mis ojos, quemándolos con su infinita nostalgia. Y aún así deseo partir, contra toda locura y todo regreso; contra todo posible camino o final. Llegar a ninguna parte, y olvidar que alguna vez vestí un cuerpo de hombre.

Pero... ¡oh dios, qué haré conmigo!; ¡cómo lo hago para deshacerme de mí!

y no retroceder, no volver a gritar tu ausencia...


Creer ingenuamente que con un llanto algo puede irse para siempre.

jueves, 24 de junio de 2010

Junio

Cruzando la puerta podía verse su silueta encogida hacia la mesa, con la cabeza apoyada en el brazo derecho, mirando hacia la ventana. La luz entraba de a seis cuadrados y se amplificaba sobre la pared crema que rodeaba la puerta de entrada. Nuestro héroe mantenía los ojos abiertos, procurando asimilar tanta luz como fuera posible, tanto así que pestañeaba sólo si era estrictamente necesario. A juzgar por la inclinación de los rayos solares supuso que eran las cinco de la tarde, dado que estaba terminando el otoño y en un rato más comenzarían a aparecer algunos arreboles. Observó el cielo: los bosquejos ocres se confundían con el violeta y los residuos amarillentos que habían sido olvidados durante la tarde. Las nubes se encontraban revueltas, como si alguien las hubiese manoseado con distracción. A estas alturas la luz comenzó a avanzar por la pared, subiendo por los guardapolvos y luego la manilla de la puerta. Su cabeza giró hacia la entrada y siguió lentamente la trayectoria (le era costumbre dado su oficio), con la sensación de que pronto los cuadrados perderían intensidad y se difuminarían en el resto de la habitación. Luego de veinte minutos tomó conciencia de que estaba perdiendo su tiempo y se levantó en dirección a la ventana.

"De qué te preocupas, si nadie te está vigilando", pensó, mientras acomodaba sus manos en el marco inferior.

La noción de que en realidad nadie lo observaba lo hizo sonreír un par de segundos (sonrisa simulada, pues daba lo mismo si se notaba naturalmente o con poca expresividad).

"Hace cuánto que no digo una palabra", imaginó rápidamente, tratando de asegurarse de que jamás había reparado (y que no volvería a reparar) en tal pensamiento.

Sus ojos se enfocaron en el reflejo de los arreboles en el mar, como si en ese momento la realidad consistiera en esa pequeña multitud de olas imprecisas, solamente el reflejo del espacio en ellas. Sus manos apretaron suavemente el marco de la ventana y su boca, nuevamente inexpresiva, dispuso a abrirse, dejando fluir algunas palabras incompletas, en ciernes, ninguna de ellas con la suficiente exactitud como para auto-significarse.

"No, no puedo...", balbuceó. "No".

Cerró los ojos y respiró profundo. Había llegado la hora de descansar. Lo mejor, a su parecer, era no pensar demasiado las cosas; menos aún si quedaban tantos años todavía por caminar y fumar, alrededor del faro y en su habitación, todos los miles de pensamientos que su cabeza hilaría con impaciencia.

domingo, 20 de junio de 2010

No quedaba más remedio que flotar pasivamente en el agua y sentir el frío como miles de pequeñas dagas a lo largo de la piel. Sí, me oí gemir como nadie a la hora de mi muerte y sin embargo no hice nada, porque jamás pensé que me recuperaría y que traicionaría nuestro pacto. Es por eso que no me da pena, sino asco, de mí, de nosotros, de mi cuerpo apuñalado y el reflejo de la luz delatando lo que no busqué explorar. Porque no quería saberlo, no quería despertar y tú lo hiciste tangible; descubriste el velo que separaba la miseria de la sobrevivencia. Lo sé, estamos muertos, a nivel de carne, de sueños, de delirios, pero eres tú quien toca mi frente y la vuelve esclava de la memoria.

Dolerme por fragmentos a destiempo, anticipándome a cada ausencia, recibiéndome en algún recodo anómalo. Allí donde respiramos y podemos observarnos en soledad. Entonces evoco tus máscaras como un remedo de hechos nebulosos, sumergidos en lo más profundo del agua.

Tú, cuánto te recuerdo, cuánto atañes las cosas, cuánta vida ha de resquebrajarse para igualar el daño que podrías causarme. Y es que me obligas a proferir palabras humanas, tan tristes y sinceras, tan amargamente dulces...

Sé que, finalmente, serás tú quien gobierne desde lo alto la luz que repose sobre mis restos; y sé que, cuando emerjan mis palabras desde el océano, proclamarás de una vez por todas que la inocencia ha sido exterminada.

lunes, 7 de junio de 2010

Otro año más

Hace poco pensaba en la idea de reducir mi lenguaje, puesto que vivo y recuerdo menos experiencias y, además, sin ya la misma fuerza que antes. Pensé en usar términos neutrales, estables, intermedios, mesurados, que describieran mi verdadera condición de anacoreta. Tendría que eliminar palabras de euforia, de amor intenso, de odio, de angustia, de extrema felicidad, y dedicarme a la mera concatenación de palabras básicas: verbos de acción general, preposiciones y sustantivos relativos a necesidades. Mentiría al hablar con palabras extremas, porque se notaría en mi tono de voz que no me pertenecen; sería actuar demasiado, por decirlo de alguna manera. Inmediatamente imaginé el límite: pender de un hilo infinitamente recto, sumido en la plena seguridad de la costumbre, sin vaivenes, sin ese show del que los trapecistas se valen para encantar a los espectadores; y allí, rígidamente, estático sobre la cuerda, profesar balbuceos instintivos: sin poesía, sin arte, sin nada que estorbe a la minimalidad de mi mensaje, hasta llegar al completo silencio, mudo, borrando el habla de mis capacidades, dedicándome así a mi propia vida, ajena de cualquier estímulo; vida un poco muerta, pero con la mínima fuerza para mantenerse vigente.

"Las palabras que callo cambiaran de sentido:
Yo no puedo decir una cosa por otra,
La poesia no se hace en los labios
Solo puedo llamarte por tu nombre, lo siento
Aunque del lado tuyo este la tierra
Y te parezcas como nunca al amor, bajo la astucia de sus manos
Que encaminan los pasos de cada una de sus hijas."
(Fragmento de "Zoológico" - Enrique Lihn.)

domingo, 6 de junio de 2010

Círculo

Esperó a que cayera la tarde y se tumbó en la cama con el único objeto de aturdir al instinto. Miró hacia el techo y respiró profundo mientras sus manos comenzaron a recorrer el cuerpo en búsqueda del sexo. Cerró los ojos e imaginó que sus manos eran las de otro ser deseándolo a medida que sus manos masturbaban su pene. No existía el abandono; miles de hijos nacían para acompañarlo, nadaban ciegos en el humor disparado a la luz y aterrizaban en su cuerpo, mientras él gemía y la noche se hacía más intensa. Abrazó a sus hijos con las manos llenas de semen y comenzó a llorar, encogiendo su cuerpo como un feto; abrazó a sus víctimas antes de que fuera demasiado tarde, porque morirían alimentándose del océano hasta quedar seco, adheridos a su pecho, cansados de buscar la diminuta esfera de la vida. Lloró hasta dormirse, abrazado a sí mismo, él y sus pequeños hijos dispersos en la gran esfera, reencontrándose por fin, nadando juntos en la dirección de la luz.