domingo, 12 de abril de 2009

Meditaciones

Te decían algunas palabras mientras ebrio pensabas si podía acaso existir una razón para no acabar contigo; y te respondiste que no, junto con esas frases que te sabías de memoria y que no olvidaste porque estás solo. Y cómo quisiste llorar esa vez sentado a los pies del faro, de noche, junto a un remedo del que amabas, aquel que perdiste desde siempre. Todo para darte cuenta de que las palabras habían muerto con él, y de que se te había hecho tarde, tarde en todo, para siempre.

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